La segunda semana de los ejercicios espirituales se inicia con la meditación del rey temporal, el hombre, que nos ayuda a contemplar la vida del rey eternal, Jesucristo. Se trata de una oración que da la clave de cómo contemplar al Cristo de los evangelios durante toda esa segunda semana y las siguientes, y que tiene que ver con una invitación radical a seguir a Jesús. En ella se nos recuerda que Él nos llama, que cuenta con nosotros, que cualquier proyecto vital que quiera vivirse con profundidad siempre responde a una llamada.
En un primer momento de la oración san Ignacio nos invita a imaginar a un rey humano querido y respetado por todos que convoca a su gente para la mayor aventura que podamos imaginar, y compartir con él tanto los trabajos como las victorias. Conviene entender hoy a este rey humano más allá de su literalidad; en este sentido ese rey humano puede ser un hombre o mujer al que admiremos por sus cualidades. Dicho esto, san Ignacio nos hace dar un paso adelante y nos invita a imaginar esta llamada en boca de Jesús, contemplando que es el propio Jesús quien nos dice VEN, SÍGUEME. ¿Para qué escuchar esta llamada? Para descubrir y experimentar lo grandes que pueden ser nuestros deseos cuando descubrimos cómo Dios quiere contar con cada uno de nosotros para su misión en este mundo, una misión que se traduce en muchas de las cosas que hacemos en nuestra vida o en nuestros centros educativos.
Jesús nos llama a estar con Él, a conocerle, a enamorarnos de su manera de entender la vida, de entender a Dios Padre, a apasionarnos por su palabra. Esta invitación es constante, no cesa, y pide no ser “sordos” a esta convocatoria, sino audaces, rápidos y diligentes para responder.
Sin olvidar que formamos parte de una comunidad mayor, que es la Iglesia, y que esta llamada también se descubre en medio de ella y sin olvidar tampoco que formamos parte de un mundo muy grande que desborda nuestros pequeños límites individuales, este curso nos queremos fijar especialmente en las llamadas personales que Jesús nos hace. Él nos llama por nuestro nombre.
Hoy en día vivimos en una sociedad que nos ofrece muchas llamadas. Estos reclamos, muchas veces, prometen dar sentido a nuestra vida y llenarla de felicidad, pero en el fondo sabemos o experimentamos que no es así, porque son reclamos que apelan a nuestro propio querer e interés y que no nacen del Amor.
Y la llamada de Jesús nunca viene sola, inmediatamente se acompaña de una invitación clara y comprometedora: Sígueme. Requiere de nosotros una respuesta, ya que no solo consiste en conocerlo, en saber de su proyecto de vida, sino también descubrir que Jesús tiene una misión para nosotros. En palabras de Ignacio, esa misión supone conquistar con Él el mundo entero. ¿A quién hay que conquistar? Al enemigo de nuestra humanidad, todo aquello que destruye la dignidad de la persona, todo aquello que trata de contaminar y dilapidar la creación, todo aquello que nos aleja de la voluntad de Dios. Todo esto es muy concreto, son cosas definidas, son personas con nombres, apellidos e historias.
El campo de batalla lo encontraremos en nuestro día a día, a lo largo del ancho mundo, especialmente en aquellos “lugares” que son fronteras. Algunas son muy cercanas: nuestros miedos, fracasos, limitaciones o prejuicios. Otras están algo más alejadas: la desigualdad, la violencia, la guerra, el hambre de justicia… Las armas no serán otras que el amor, la fe, la esperanza que el Espíritu de Dios, que habita en nosotros, vaya alentando en nuestro corazón. Con estas armas podemos ser instrumentos eficaces para la creación de un mundo más justo, para la construcción de una realidad más inclusiva en la que todos tengamos un lugar digno para vivir, de un mundo más equitativo sin discriminaciones por ninguna causa, más sostenible, y en el que todas las voces sean escuchadas. Todo esto nos invita a vivirlo con Él y como Él, con fe en Dios y en el ser humano, con fe en la promesa de un mundo en el que el amor y la vida tienen la última palabra.
En conclusión, la propuesta para este curso trata de escuchar -una llamada y una invitación- para responder con generosidad a una misión que no realizamos solos. Ante el peligro de caer en el mero activismo voluntarista de corto recorrido, San Ignacio nos advierte de la necesidad de mirar y contemplar a Jesús para empaparse de su manera de hacer las cosas. Él será quien nos lleve hacia las fronteras; y con él podremos responder con sentido, compromiso y profundidad a una llamada que mira con misericordia y amor nuestra fragilidad y vulnerabilidad.